Por Javier Granda Revilla.


El primer médico que conocí se llamaba Andrés Mesa Arrebola. Era ginecólogo y el padre de mis vecinos y compañeros de colegio Andrés y Javier. Cada mañana, desde que tuvimos cuatro años, cogíamos el autobús muy temprano y recorríamos todo Madrid para entrar a las nueve de la mañana en clase, con vuelta a las cinco. Tantas y tantas horas juntos -y tantos partidos de fútbol en el patio- forjaron una gran amistad, que hacía que pasara muchas horas en su casa.

En el despacho que usaba como consulta, a la derecha de la entrada, yo observaba fascinado su instrumental de médico. Allí no podíamos jugar; sí en el salón, al lado, donde pasamos cumpleaños viendo películas de Bud Spencer como ‘Los ángeles también comen judías’ e incontables tardes viendo películas de Tarzán en blanco y negro y merendando huevo hilado.

El doctor Mesa tenía otra afición que me maravillaba: moldeaba sus propios soldaditos de plomo. Recuerdo verle sacar la bandeja del horno, ayudado de unos paños y observar cómo fraguaban las figuras oyendo su acento con deje andaluz, con el aroma del metal en el aire.

Yo tuve la inmensa suerte de que me criara mi abuela Regina, una recia maestra coruñesa que jamás perdió el acento pese a que abandonó su querida ciudad en los años 40.

Ella me cuidó, me enseñó a leer y a ser persona. Según fue envejeciendo, nos tocó a mi esposa Raquel y a mí cuidarla, especialmente cuando se cayó y se rompió la cadera. Un par de años después, descubrimos un bulto en su mama mientras la aseábamos. Era preocupante y nos alarmamos.

Lo primero que se nos ocurrió fue llamar al doctor Mesa. Era un domingo por la tarde, serían las ocho. En menos de diez minutos, llamó a nuestra puerta, entró y reconoció a mi abuela, que ya mostraba los primeros síntomas de demencia.

  • “Regina, ¿se acuerda de mí? Soy el padre de Andrés y Javier”, le dijo con voz suave a mi abuela mientras la palpaba.

Nos confirmó nuestra sospecha, era un cáncer de mama. Afortunadamente, el tumor era operable, un cirujano se lo extirpó en una mañana y tuvo una excelente calidad de vida un par de años más, cuando falleció.

El doctor Mesa también nos dejó hace unos años, tristemente. Y el tabaco tuvo mucha culpa, según me contaron sus hijos. Yo no olvidaré nunca esa mirada, esa dulzura y esa empatía con la que nos miró aquel día. Hoy, 19 de octubre, es el Día Mundial del Cáncer de Mama y yo pienso en todas las mujeres que pasarán por el trance de ser diagnosticadas. Y deseo que, en ese momento tan difícil, se encuentren con una mirada tan llena de humanidad como la de Andrés Mesa Arrebola.  


Javier Granda Revilla es periodista freelance especializado en salud con más de 20 años de experiencia. Colabora con El Mundo, Diario Médico, Telemadrid y La Razón, entre otros medios. Es vocal de la Junta Directiva de la Asociación Nacional de Informadores de Salud (ANIS), institución que agrupa a más de 600 comunicadores de salud, que le concedieron el Primer Premio a la Mejor Labor de Comunicación. Es, desde 2009, profesor de Comunicación Científica en el Máster ESAME de la Facultad de Farmacia de la Universidad de Barcelona. Acaba de ser premiado por la Sociedad Española de Hematología y Hemostasia por un reportaje publicado en Diario Médico.