La alimentación y la nutrición juegan un importante papel en el crecimiento y desarrollo y en el mantenimiento de la salud y la prevención de la enfermedad a lo largo de todo el ciclo vital. Los primeros 1.000 días de vida, que incluyen desde el período fetal hasta el final del segundo año, constituyen una ventana de oportunidad para la programación metabólica del niño y de la salud del adulto. De hecho, actualmente las principales causas de morbilidad y mortalidad en el mundo guardan relación con los estilos de vida no saludables, alimentación, actividad física e inactividad. Por ello, la promoción de la adherencia a las dietas tradicionales saludables y sostenibles, como la Dieta Atlántica y la Dieta Mediterránea son importantes estrategias para la prevención y el tratamiento de estas patologías.
Uno de los componentes fundamentales de estas dietas lo constituyen la leche y sus derivados, situándose en la base de sus pirámides nutricionales. Se tienen datos del consumo de leche y derivados hace unos 7.500 años en Europa Central, donde aparece una mutación con dos polimorfismos de nucleótido simple (SNPs) citosina/timina (LCT13910-C/T) y guanina/adenina (LCT-22018-G/A), localizados aproximadamente a 14 y 22 Kb corriente arriba del centrómero del cromosoma 2, y próximos al gen de la lactasa phlorizin hidrolasa, permitiendo su expresión y actividad. Estos SNPs presentan un desequilibrio de ligamento y la no persistencia de la actividad de lactasa es un rasgo recesivo. Por tanto, la persistencia viene determinada por un genotipo homocigoto para el alelo T o A o heterocigoto, en ocasiones con una actividad enzimática intermedia. Esta enzima, lactasa, es necesaria para la hidrólisis de la lactosa, disacárido de la leche, a sus dos monosacáridos, glucosa y galactosa, que posteriormente serán absorbidos. Por tanto, esta mutación, que se mantiene actualmente, supuso una ventaja adaptativa y competitiva y un cambio importante en la dieta del hombre neolítico. Por primera vez, se disponía de alimentos de fácil acceso e importante valor nutricional, ya que unos 3.000 años antes se había iniciado en Oriente Medio la agricultura y la domesticación de mamíferos, extendiéndose posteriormente a Grecia, Los Balcanes y llegando a Europa. Así, a lo largo de la historia, los lácteos han desempeñado un papel esencial en la alimentación humana, tanto por sus beneficios nutricionales como por la facilidad de su obtención, formando parte de la dieta diaria.
Se tienen datos del consumo de leche y derivados hace unos 7.500 años en Europa Central
La leche destaca por su gran densidad nutricional, aportando proteínas de alto valor biológico, péptidos bioactivos, grasas, lactosa, calcio, magnesio, fósforo, zinc, yodo, selenio, vitaminas A y D, y todas las del complejo B, especialmente riboflavina y además, una relación o porcentajes que facilitan la absorción y fijación de los mismos en el caso del sistema óseo, como es la relación calcio/fósforo, 1-15/1. Debemos destacar que es el principal aporte de calcio en la dieta occidental, por su contenido y alta bio-disponiblidad, ya que los componentes fosforilados presentes en la lactosa y la caseína, facilitan su absorción. Es fundamental para la integridad estructural de huesos y dientes, así como para diferentes procesos metabólicos, como la transmisión del impulso nervioso, la excitabilidad neuronal, la función del músculo cardíaco y la coagulación. Por otra parte, los péptidos bioactivos, como componentes funcionales, tienen efectos metabólicos beneficiosos específicos, para el sistema inmunitario, cardiovascular y digestivo.
La leche supuso una ventaja adaptativa y competitiva y un cambio importante en la dieta del hombre neolítico. Por primera vez, se disponía de alimentos de fácil acceso e importante valor nutricional
En relación con las recomendaciones de consumo a lo largo de la vida, dado su valor nutricional, se aconseja una ingesta diaria de leche y derivados equivalente a 2-4 raciones diarias, ajustadas según la edad y el estado fisiológico. Durante el periodo de lactancia exclusiva, que incluye los primeros 6 meses de vida, la leche de mujer, o en su defecto la fórmula adaptada, es el único alimento indicado, aportando todos los nutrientes necesarios. En el periodo de alimentación complementaria, desde los 6 meses hasta el final del primer año, la leche de mujer o, en su ausencia, la fórmula adaptada de continuación debe seguir siendo el alimento principal, complementado progresivamente con otros alimentos sólidos y líquidos de la dieta, hasta alcanzar el periodo de adulto modificado, en el que el niño se incorpora a la mesa familiar. Durante la infancia el aporte de al menos 500 ml, unas 2-3 raciones de leche o su equivalente en productos lácteos, incluyendo fórmulas adaptadas a los requerimientos específicos de ciertos grupos de población, garantiza el cumplimiento de las recomendaciones nutricionales, asegurando un adecuado crecimiento y desarrollo. En la adolescencia, donde se alcanza el pico máximo de contenido mineral óseo, el aporte de nutrientes como el calcio por los lácteos es fundamental, por lo que se aconsejan de 3 a 4 raciones diarias. Así mismo, en edades medias de la vida y en los ancianos, los lácteos continúan siendo un alimento esencial, y, por tanto, de 2 a 4 raciones al día son recomendación en estos grupos etarios. Es importante tener presente que los ancianos a menudo se enfrentan a dificultades para ingerir ciertos alimentos, por lo que pueden encontrar en los lácteos una oferta con propiedades organolépticas atractivas e importante valor nutricional.
Por otro parte, en situaciones especiales como el embarazo, la lactancia o el deporte, el consumo de leche y productos lácteos constituye un seguro de ingesta de energía, macro y micronutrientes, especialmente calcio, que ve sus necesidades incrementadas y, ayuda al cumplimiento de las necesidades hídricas, siendo aconsejable de 3 a 4 porciones diarias. No podemos olvidar que el tamaño de las raciones juega un importante papel para el cumplimiento de las recomendaciones de ingesta de macro y micronutrientes y el consumo de una alimentación saludable, y que este varía en función de la edad, el sexo, el estado de salud y el nivel de actividad física. Así, como orientación, una ración de leche equivale a 200-250 ml (una taza), una ración de yogur a 125 g (no azucarado), y en el caso de los quesos, depende del grado de maduración. Según la edad la ración de queso maduro oscila entre 25-60 g y de queso fresco entre 40-125 g.
La leche destaca por su gran densidad nutricional, aportando proteínas de alto valor biológico, péptidos bioactivos, grasas, lactosa, calcio, magnesio, fósforo, zinc, yodo, selenio, vitaminas A y D, y todas las del complejo B.
Descenso en el consumo de leche y productos lácteos
Merece especial mención que en los últimos años estamos asistiendo a un descenso del consumo de leche y productos lácteos tanto por parte de niños y adolescentes como de adultos, lo que puede suponer un importante riesgo de deficiencias nutricionales. Son, en ocasiones, sustituidos principalmente por bebidas vegetales, aunque también puede ser por refrescos, aguas saborizadas o bebidas blandas, sin que los consumidores sean conocedores de las diferencias en la composición nutricional de estos alimentos. Por ello, una adecuada información y formación de la población se hace imprescindible. Por otra parte, la reducción del consumo se ve motivada, en ocasiones, por una percepción personal de la presencia de reacción adversa. Debemos saber que “la percepción personal” no es un diagnóstico clínico, y que una dieta restrictiva puede suponer cambios en todo el patrón alimentario e importantes riesgos para nuestra salud, por lo que antes de iniciarla se debe consultar con un profesional que establezca el diagnóstico, la indicación y las recomendaciones de una alimentación saludable. Además, en el caso de la malabsorción e intolerancia a la lactosa, sabemos que un elevado número de individuos que la padecen, toleran cantidades habituales de consumo, y muy especialmente, derivados lácteos fermentados como el yogur, preferiblemente no azucarado, o el queso, que poseen menor cantidad de lactosa. En el caso del yogur, los fermentos lácticos podrían continuar su efecto en el intestino, colaborando en la hidrólisis del disacárido a este nivel. Por otra parte, estos productos disminuyen la velocidad de vaciamiento gástrico y del tránsito intestinal que también son factores favorecedores de la tolerancia. Para aquellos que ni siquiera toleran pequeñas cantidades, el mercado oferta lácteos sin lactosa, que permiten cumplir las recomendaciones y asegurar el aporte nutricional.
Es el principal aporte de calcio en la dieta occidental, por su contenido y alta bio-disponiblidad, ya que los componentes fosforilados presentes en la lactosa y la caseína, facilitan su absorción
Las sociedades científicas recomiendan la adherencia a las dietas tradicionales Atlántica y Mediterránea como un seguro de salud cardio-metabólica para el niño y para el adulto. Por tanto, mantener una dieta equilibrada, saludable, bioactiva y sostenible, que incluya a los lácteos como alimentos de consumo diario, a razón de al menos 3 raciones al día a lo largo de toda la vida, con pequeñas diferencias en función de la edad, la situación fisiológica, el nivel de actividad física o las necesidades especiales son una garantía del cumplimiento de las recomendaciones nutricionales.
Referencias
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Prof. Rosaura Leis es Catedrática de Pediatría en la Universidade de Santiago de Compostela (USC). Coordinadora de la Unidad de Gastroenterología, Hepatología y Nutrición Pediátrica del Hospital Clínico Universitario de Santiago. Líder del Grupo de Investigación “Nutrición Pediátrica” del IDIS-ISCiii – CiberObn. Es presidenta de la Fundación Española de la Nutrición (FEN), vicepresidenta de la Federación Española de Sociedades de Nutrición, Alimentación y Dietética (FESNAD), presidenta de la Sociedad Española de Investigación en Nutrición y Alimentación en Pediatría (SEINAP) y del Comité Científico de la Fundación Dieta Atlántica-USC. También preside el Comité de Nutrición y Lactancia Materna de la Asociación Española de Pediatría (AEP).