El ser humano siempre se ha hecho a sí mismo recurriendo a la tecnología, lo que le ha permitido, entre otras cosas, desarrollar formas intrincadas de habitar el mundo y realizarse. En la actualidad, su “naturaleza tecnológica” se extiende por todos los recovecos de la vida. El ser humano trabaja, se entretiene y socializa a través de pantallas que le permiten experimentar e interpretar el entorno, así como actuar sobre él y sobre sí mismo, de maneras muy diversas. Su realidad inmediata es ya híbrida: natural y digital. 

En el futuro próximo, la tecnología permitirá que el ser humano se haga a sí mismo expandiendo todavía más sus capacidades y perfilando su identidad de manera más precisa, pero, a cambio, la maquinaria lo expondrá a peligros ignotos y desafíos de ciencia ficción. Black Mirror no está a la vuelta de la esquina porque hace tiempo que adelantamos sus pronósticos más delirantes. Para evitar la catástrofe, las ciencias humanas y sociales deben reivindicarse asumiendo que su objeto de estudio -el ser humano- está cambiando y que, en consecuencia, ellas mismas deben mutar.

Mejoramiento tecnológico

 En la introducción del libro Mejoramiento humano, los autores afirman: “toda tecnología puede verse como una mejora de nuestras capacidades humanas, ya que nos permite ciertos resultados que, de otra manera, requerirían de más esfuerzo o estarían completamente fuera de nuestro alcance”[i].  Pensemos, por ejemplo, en el caso del lápiz y el papel. Con lápiz y papel todos nosotros somos capaces de realizar con éxito la operación 237×456, una multiplicación que, recurriendo sólo a nuestras cabezas, no seríamos capaces de resolver o, al menos, no de manera tan sencilla. El lápiz y el papel nos permiten, por tanto, pensar mejor matemáticamente. También nos permiten mejorar nuestra orientación -dibujando mapas- y ordenar nuestras ideas -poniéndolas por escrito-.

Otras tecnologías que también nos asisten para ayudarnos a pensar son los ordenadores, los teléfonos inteligentes, los asistentes virtuales… y, en un futuro muy próximo, las gafas y lentillas de realidad aumentada. Así, cabe defender que cualquier mejora de las inteligencias artificiales de estos aparatos constituye, en sentido estricto, una forma de mejoramiento humano, en la medida en la que nos permite expandir y perfeccionar nuestros propios razonamientos y nuestra capacidad de acción.

Lo que esto implica es algo que todavía no hemos asimilado del todo. Si entendemos que una superinteligencia es “cualquier intelecto que exceda en gran medida el desempeño cognitivo de los humanos en prácticamente todas las áreas e interés”[ii], entonces debemos admitir que, con respecto a los humanos de comienzos del siglo pasado, ya somos superinteligentes. La nuestra es una superinteligencia asistida por la tecnología. Así es cómo hemos decidido hacernos a nosotros mismo.

La superinteligencia asistida es, sin ninguna duda, una gran oportunidad, pero también un riesgo que debe ser ponderado detenidamente. En la actualidad, nuestra autonomía está siendo socavada por el hecho de que las tecnologías digitales orientan cada vez más las etapas de los procesos de toma de decisiones. Experimentamos el mundo, asistidos por la tecnología, articulamos la información asistidos por la tecnología y adoptamos decisiones asistidos por la tecnología. Consecuentemente, ni nuestras experiencias, ni nuestras deliberaciones, ni nuestras decisiones son ya enteramente nuestras, sino que dependen de artefactos y algoritmos que, la mayor parte de las veces, no están sometidos al escrutinio crítico de la ciudadanía.

Qué podemos hacer para evitar que las máquinas terminen liberándonos de nosotros mismos al punto de arrebatarnos nuestra propia voluntad. Qué podemos hacer para evitar “el golpe de Estado progresivo organizado por la sofisticación tecnológica[iii].

Mejoramiento humano

 El ser humano tiene que autofabricarse, como siempre lo ha hecho, recurriendo a la tecnología, pero debe hacerlo con la prudencia que confiere el análisis crítico propio de las humanidades, tal y como defendía Ortega y Gasset[iv].

Durante las últimas décadas, nos hemos transformado en un animal híbrido, natural y digital. Esta circunstancia -que Lasalle denomina Ciber adaptación al medio tecnológico[v]- no es, en sí misma, perjudicial, pero, en la medida en la que favorece que deleguemos decisiones y responsabilidades en máquinas y algoritmos, puede llegar a constituir un problema moral, político y social de primer orden.

Ante esta situación, la Filosofía y las Ciencias Humanas y Sociales tienen la obligación de mutar, orientando sus investigaciones al abordaje de los nuevos retos tecnológicos. A la psicología le corresponde investigar el impacto vital de los nuevos dispositivos: a la antropología, las formas híbridas de humanidad; a la filosofía, los conceptos que nos permitan capturar lo que está sucediendo; etcétera.

Llevando a cabo un análisis crítico exhaustivo de cómo nos construimos tecnológicamente no sólo podremos evitar el riesgo de que la maquinaria nos arrebate un aspecto fundamental de nuestra identidad, sino que, además, podremos aspirar a seguir mejorando nuestras capacidades propiamente humanas.

 

Fuentes:

[i] Bostrom, N. y Savulescu, J. (ed.), Mejoramiento humano, Teell Editorial, 2017, p. 2.

[ii] Bostrom, N., Superinteligencia, Teell Editorial, 2016, p. 22.

[iii] Sadin, E., La humanidad aumentada, Caja Negra, 2017, p. 32.

[iv] Ortega y Gasset, J., “Meditación de la técnica” en Ensimismamiento y alteración. Meditación de la técnica y otros ensayos, Alianza, 2014.

[v] Lasalle, J. M., Ciberleviatán, Arpa, 2019, p. 39.

Ángel Longueira es Doctor en Filosofía en la Universidad de Santiago de Compostela. En la última década ha pilotado proyectos académicos centrados en la historia y la actualidad del utilitarismo. Sin una aparente relación causa-efecto con el utilitarismo se ha especializado en marketing político con el foco técnico puesto en políticas sociales. Ejerce como consultor creativo independiente a empresas, agencias y consultoras.